La Fiesta de la Cruz

Texto tomado del libro de Antonio Merino Madrid Ensayo sobre fiestas populares de Los Pedroches (Mancomunidad de Municipios de Los Pedroches, 1997) . Se han eliminado las notas bibliográficas y de fuentes.


1. Divagaciones sobre su posible origen y significado.  

Los libros litúrgicos contienen dos fiestas dedicadas al culto de la Cruz: La Invención de la Santa Cruz, el 3 de mayo, y la Exaltación, el 14 de septiembre. La Exaltación, que conmemora la dedicación de las basílicas de Jerusalén, es de origen oriental y no pasó a occidente hasta fines del siglo VII, a través del rito romano. El primer testimonio de su celebración litúrgica se encuentra en una biografía del Papa Sergio I (687-701), en la cual se lee: Qui etiam ex die illo pro salute generis ab omni populo christiano die Exhaltationis Sanctae Crucis in basilicam Salvatoris, quae apellatur Constantiniana, osculatur et aderatur.

 La Invención de la Santa Cruz, en cambio, es conmemorada desde antiguo. En España aparece en todos los calendarios y fuentes litúrgicas mozárabes, poniéndola en relación con el relato del hallazgo por Santa Elena de la auténtica Cruz de Cristo. Este relato figura en los pasionarios del siglo X y puede resumirse así: En el sexto año de su reinado, el emperador Constantino se enfrenta contra los bárbaros a orillas del Danuvio. Se considera imposible la victoria a causa de la magnitud del ejército enemigo. Una noche Constantino tiene una visión: en el cielo se apareció brillante la Cruz de Cristo y encima de ella unas palabras, In hoc signo vincis ("Con esta señal vencerás"). El emperador hizo construir una Cruz y la puso al frente de su ejército, que entonces venció sin dificultad a la multitud enemiga. De vuelta a la ciudad, averiguado el significado de la Cruz, Constantino se hizo bautizar en la religión cristiana y mandó edificar iglesias. Enseguida envió a su madre, santa Elena, a Jerusalén en busca de la verdadera Cruz de Cristo. Una vez en la ciudad sagrada, Elena mandó llamar a los más sabios sacerdotes y con torturas arrancó la confesión del lugar donde se encontraba la Cruz a Judas (luego San Judas, obispo de Jerusalén). En el monte donde la tradición situaba la muerte de Cristo, encontraron tres cruces ocultas. Para descubrir cuál de ellas era la verdadera las colocaron una a una sobre un joven muerto, el cual resucitó al serle impuesta la tercera, la de Cristo. Santa Elena murió rogando a todos los que creen en Cristo que celebraran la conmemoración del día en que fue encontrada la Cruz, el tres de mayo.

 Toda esta historia tiene, sin duda, mucho de leyenda, pues el emperador Constantino fue considerado en el medievo occidental como prototipo del príncipe cristiano y se le rodeó de multitud de relatos fabulosos. Además, la celebración de este día es anterior al Pasionario.

 En la Lex Romana Visigothorum, promulgada por Recesvindo en el año 654, y renovada por Ervigio el 681, se menciona esta festividad comparándola, por lo que se refiere a su solemnidad, con las mayores del año eclesiástico; y en el Leccionario de Silos, compuesto hacia el año 650, aparece con el nombre de dies Sanctae Crucis, siendo éste el más antiguo testimonio de su conmemoración en España. Desde la primera mitad del siglo VII se tiene conocimiento de la existencia en España de reliquias de la Cruz, concretamente en sendas iglesias de Mérida y Guadix. Finalmente, hay que añadir que el culto a la Cruz en general es aún más antiguo, pues sabemos que en el año 599 se celebró en la Catedral de la Santa Cruz el II Concilio de Barcelona, lo que implica a su vez una advocación anterior.

 En cambio, de la celebración popular de la fiesta de la Santa Cruz, la que más nos interesa, apenas hay datos antiguos. Los primeros testimonios que conocemos se remontan tan sólo al siglo XVIII, aunque este vacío documental no implica necesariamente que la fiesta no existiera desde antes. En cualquier caso, parece que la celebración popular de la Cruz de Mayo tal como hoy la conocemos alcanzó su máximo esplendor durante los siglos XVIII y XIX, para empezar a decaer a principios del XX.

 Esta fiesta, en su vertiente popular, está muy extendida por toda España, aunque con variaciones muy significativas de unos lugares a otros. A pesar de ello, la celebración presenta en todas sus manifestaciones una serie constante de elementos comunes. El centro de la fiesta es una cruz, de tamaño natural o reducido, que se adorna, en la calle o en el interior de una casa, con flores, plantas, objetos diversos (pañuelos, colchas, cuadros, candelabros, etc.) y adornos elaborados. A su alrededor se practican bailes típicos, se realizan juegos y se entonan coplas alusivas. A veces hay procesiones, de carácter religioso o pagano. A la hora de establecer los orígenes de esta celebración popular de la Cruz hay que referirse necesariamente a una serie de fiestas paganas que se celebraban desde muy antiguo en el mes de mayo.

Cruz interior

 En efecto, el mes de mayo, considerado desde siempre como el mes del esplendor de la vegetación y, por extensión, el mes amoroso por excelencia, ha sido desde tiempos remotos el escenario temporal de un buen número de fiestas populares. Dos de ellas reclaman especialmente nuestra atención, por la vinculación que puede establecerse entre éstas y la fiesta de la Cruz. La primera es la Maya. Es costumbre muy extendida por toda España una celebración de carácter alegórico que tiene como protagonista a una niña (la maya), generalmente de unos doce años, a la que, vestida de blanco y coronada de flores, se engalana con adornos y artificios. La maya tiene una corte de jovencitas, también ricamente engalanadas, que se dirigen con una bandeja a los presentes o transeúntes solicitando "un cuartito para la maya/ que no tiene manto ni saya", mientras aquélla ha sido colocada en un trono floral y sirve de centro para una fiesta donde se baila airosamente y se cantan cancioncillas compuestas al efecto. Los hombres apenas participan en la celebración y, en algunos pueblos, ni siquiera podían tomar parte en los bailes. Restos de esta celebración en Los Pedroches serían las llamadas "Muñecas de San Isidro", de las que hablaremos más adelante.

 También es costumbre en muchos pueblos colocar en la plaza principal o en otro lugar  elegido por la tradición un gran árbol denominado mayo, al que se adorna y se convierte en centro de una celebración festiva. Según Covarrubias, "mayo suelen llamar en las aldeas un olmo desmochado con sola la cima, que los mozos zagales suelen en el primer día de mayo poner en la plaza, o en otra parte". Otro autor, Basilio Sebastián de Castellanos, aporta más datos: "El llamado mayo, protagonista de la función cívico-campestre, consiste en un tronco muy alto, comúnmente de álamo verde, vestido de flores, cintas, ramas y frutos, y en muchas partes pañuelos de seda y otras prendas de vestir, que plantan los jóvenes labriegos de nuestros pueblos en la plaza y a cuyo alrededor se baila todo el día con entusiasta alegría".

 Los orígenes de estas fiestas populares del mes de mayo son discutidos. Desde los autores renacentistas se pretende hacer derivar tales celebraciones de alguna festividad clásica grecolatina. Un escritor italiano del siglo XVI, Polydoro Virgilio, las relaciona con las fiestas romanas en honor de Flora, diosa que representa el eterno renacer de la vegetación en primavera (las Floralia, que duraban del 28 de abril al 3 de mayo), y con la procesión ateniense del Eiresioné en la época de la cosecha. Otros las vinculan con las fiestas romanas de Vulcano y de las divinidades Maia y Ops.

 De todas las celebraciones clásicas con las que se quiere relacionar a las fiestas de mayo, la que más nos interesa es la de Attis. Según Ovidio, Attis era un hermoso joven que vivía en los bosques de Frigia. La diosa Cibele lo eligió para sí, haciéndolo guardián de su templo, pero con la condición de que se mantuviera siempre virgen. Attis cedió al amor de la ninfa Sagaritis y entonces Cibele hizo que ésta muriera, derribando el árbol del que dependía su vida. El muchacho enloqueció y se castró, tras lo cual la diosa lo volvió a admitir en su templo. La fiesta, rememorando su muerte y resurrección, tenía lugar en el equinoccio de primavera. Comenzaba el 22 de marzo con la solemne procesión de un pino recién cortado (árbol en el que, según la leyenda, se había convertido Attis a su muerte), al que se adornaba con guirnaldas de violetas y bandas de lana. Los ritos proseguían hasta el día 27 y en ellos se incluían prácticas mistéricas y automutilaciones.

 Aunque se puede apreciar una cierta semejanza o paralelismo entres estas celebraciones y nuestras fiestas de mayo, es difícil, sin embargo, admitir una relación de dependencia de éstas con respecto a aquéllas y más bien habría que hablar de una génesis espontánea común, a partir de los fenómenos culturales recurrentes de adoración al árbol y exaltación de la naturaleza. Por ello mismo, hay que concluir que el sentido de estas fiestas es plenamente naturalista: saludo a la primavera, celebración del comienzo de un nuevo ciclo de la vegetación, agradecimiento a la naturaleza por sus futuras cosechas. Y, como consecuencia de ello, exaltación del amor y de los sentimientos humanos más espontáneos.

 Pues bien, como consecuencia del empeño de la jerarquía cristiana por eliminar antiguas prácticas paganas y supersticiosas, muchas veces escandalosas y casi siempre contrarias a su moral, en un momento dado de su desarrollo las fiestas naturalistas de mayo se habrían transformado y agrupado en torno a un nuevo motivo, la Cruz. Simplificando la cuestión podríamos afirmar que el mayo-árbol se convirtió en mayo-cruz, conservando casi intactos todos los demás elementos de la celebración. En un maravilloso ejemplo de asimilación y sincretismo de fiestas y símbolos, el árbol fue sustituido por una cruz (a la que con frecuencia en la liturgia cristiana se denomina precisamente "árbol"), quizás como una sabia decisión del pueblo para que estas celebraciones no desaparecieran totalmente o alentado por las autoridades eclesiásticas que, intentando eliminar viejas creencias supersticiosas, sustituyeron un símbolo pagano por otro religioso. A su lado confluyeron elementos tomados de otras prácticas paganas: la maya, que en muchos sitios se coloca junto a la cruz, la artificiosa decoración, los cantos y bailes, etc. El paso de la celebración pagana a la religiosa, popular en ambos casos, habría resultado favorecido por el culto litúrgico a la Cruz (mucho más antiguo, como hemos visto) y por las leyendas sobre el descubrimiento de la auténtica de Cristo.

 El intento de las autoridades de sofocar las prácticas paganas de las fiestas de mayo puede atestiguarse documentalmente. Ya en 1769, como ejemplo de la actitud recelosa del racionalismo ilustrado hacia las manifestaciones tradicionales (tanto religiosas como profanas) que gozaban de un fuerte arraigo popular, el Conde de Aranda proclama en la Sala de Alcaldes de la Casa y Corte de Madrid que "no habiendo bastado las providencias que antes de ahora se han tomado para exterminar el rústico abuso de las que con nombre de mayas se ponen en las calles causando irrisión y fastidio a las gentes", la Sala tomará las medidas conducentes a evitar estas prácticas. La prohibición de las mayas se estableció en la Real Cédula de 20 de Febrero de 1777 dictada por Carlos III, respondiendo a un auténtico espíritu racionalista contra la superstición popular.

 Tales prohibiciones, sin embargo, no surtieron efecto, pues a mediados del siglo XIX hay testimonios todavía de la pervivencia de las mayas, aunque ahora aparecen en confluencia con la fiesta de la Cruz, seguramente para burlar la ley. Pedro Antonio de Alarcón nos informa en 1855: "El día 3 es la Invención de la Santa Cruz, o sea, la Cruz de mayo, como la llama el vulgo (...); las buenas mozas que en lugares y aldeas se visten todavía de Mayas o Reinas, para presidir desde lo alto de una mesa, convertida en vistosísimo trono, el baile y el jaleo de tal o cual Cruz, donde hay cada borrachera y cada puñalada que canta el misterio".

 En definitiva, es imposible negar la conexión entre las fiestas paganas de la naturaleza y la celebración de la Cruz de Mayo, así como la anterioridad cronológica del mayo (que, como forma de culto al árbol y, por extensión, a la naturaleza, pertenecería a la conciencia colectiva cultural de los pueblos desde siempre). Quizás lo justo sería hablar de que la fiesta de la Cruz, cuando comenzó a desarrollarse popularmente, tomó elementos de otras fiestas no religiosas, en un intento de asimilarlas para eliminarlas o sencillamente como consecuencia inevitable de su coexistencia, dada la similitud de sus motivaciones. La prohibición de las fiestas paganas por parte de las autoridades civiles y eclesiásticas facilitó esa incorporación de elementos de unas a otra, aleccionada por el pueblo, siempre amante de sus tradiciones y nunca dispuesto a perderlas. El fondo, lo popular, habría quedado intacto y sólo habría cambiado su apariencia externa.  

 

2. Cruces de Mayo en Añora.  

 Un mes o dos (o más en algunos casos) antes del primer domingo de mayo, las más revoltosas de la calle comienzan a alborotar a las demás. Les recuerdan que se acerca el día y que este año deben comenzar con tiempo si quieren terminar holgadamente su trabajo. Se habla de ello en los corros de costura vespertinos y en las interminables partidas de brisca de los domingos por la tarde. Se anima a la dirigenta del grupo, a la jefa de la Cruz, para que exponga sus ideas, con la seguridad de que ésta lleva ya algún tiempo maquinando algo en su cabeza.

  Por fin, las mujeres de cada calle se reúnen una tarde y deciden las líneas generales que seguirán los adornos de la Cruz que este año, como todos los anteriores, piensan vestir. Durante estas fechas, todavía tan lejanas de la fiesta, se dedican a confeccionar manualmente el elemento que servirá de base a la decoración general (flores de esta o aquella forma, hojas de diversa tipología, palmitas simuladas, estrellas, quién sabe qué). El material con el que se confeccionan estos elementos es asimismo variado: telas de diversa textura, tules, papel de plata o dorado o incluso plantas secas armoniosamente conjugadas. Mientras se confeccionan estos adornos se recuerdan con admiración las cruces de hace unos años, como aquella que tuvo como ornamento principal cientos de pequeños garbanzos envueltos en papel dorado, o cardos pintados en color plateado, o suaves plumas de ave, o maravillosos dibujos geométricos realizados con decenas de velos de novia.

Cruz interior

 Durante todo este tiempo, las mujeres de cada calle se reúnen generalmente en una casa deshabitada, a menudo la misma cada año. Aquí pasan las tardes enteras y gran parte de la noche, fabricando los adornos elegidos y guardando celosamente el secreto de su diseño, fomentando la rivalidad y cuidándose muy bien de las espías de otras calles, que intentarán saber qué se está tramando tras esas puertas cerradas.

 Desde dos o tres semanas antes del día de la Cruz, se comienza propiamente la tarea de vestir la Cruz. Han elegido para ello una habitación de la casa, generalmente la más próxima a la entrada, y se estudia su distribución. Se trata de decorar las paredes, el techo, el suelo y los huecos del espacio para crear una escenografía deslumbrante que sirva de contexto para acompañar al elemento central, la cruz-cruz, la Cruz propiamente dicha.

 Aunque llevan varias semanas confeccionando adornos, todavía no tienen una idea muy exacta de cuál será el resultado. La improvisación juega un papel muy importante en este arte, y hay que poner y quitar muchas veces hasta que algo sea definitivamente aprobado. La jefa de la Cruz, la crucera mayor, va indicando cómo se debe poner tal o cual adorno y las demás lo realizan según sus instrucciones. Pero raramente algo es colocado definitivamente a la primera.

 La decoración de la habitación donde se instala la Cruz ha evolucionado mucho a lo largo de los años. Hasta finales de los sesenta, la ornamentación se basaba en flores naturales (ramos y macetas) y en los más diversos elementos: imágenes religiosas, candelabros, figuras diversas, cuadros, jarrones, etc. Las paredes aparecían siempre cubiertas con mantones (los populares mantones de Manila), pañuelos o colchas de vistosos colores. El suelo se tapizaba con hierbas olorosas (poleo, manzanilla y juncia) y entre ellas solían colocarse alegorías rurales: nidos de pájaros con huevos, espigas, animales disecados, etc.

 Nada de eso se conserva hoy. Cuando en la actualidad se termina de decorar la habitación donde se colocará la Cruz, el resultado es de un virtuosismo extraordinario. El color se ha reducido casi en exclusiva al blanco (un blanco resplandeciente, apenas moteado en ocasiones por leves dorados o suavísimas coloraciones), considerándose de mal gusto la aparición de colores fuertes o que produzcan gran contraste. Las flores naturales tienden a desaparecer y, en cualquier caso, sólo aparecen representadas en forma de exquisitos ramos de claveles o gladiolos. El diseño decorativo suele ser de un barroquismo sorprendente, difícil de explicar con palabras. Son tules y finísimas telas que se entrecruzan y combinan de una manera prodigiosa dando lugar a formas de gran belleza. Hay mucho equilibrio en el conjunto: los dibujos o figuras que se forman con los pliegues de las telas suelen ser constantes en paredes y techo. Con frecuencia todo parece flotar y es imposible comprender cómo personas han podido moverse entre tales ornamentos, pues todo produce la sensación de que va a caerse con tan sólo soplar. Pero nada se deja al azar. Cada elemento está en su sitio y, aunque su presencia pase desapercibida, se notaría su falta. Es muy difícil ser más preciso en la descripción.

Cruz interior

 En el centro de la habitación se coloca la cruz-cruz, así llamada para distinguirla del conjunto. Se trata de una cruz de madera (aunque en los últimos años se ha sustituido, en algunos casos, la madera por contornos de alambre duro, formando con él la silueta de la cruz y dejando hueco el interior), de aproximadamente un metro de altura y de sección rectangular o circular, forrada de tela blanca. Sobre esta tela se traban con invisibles alfileres, y artísticamente dispuestas, cadenas, medallas y, sobre todo, crucifijos, todo ello siempre de oro. Se considera que la Cruz tiene más mérito cuantos más crucifijos contiene. Con las cadenas se forman dibujos geométricos a lo largo de toda la cruz, los cuales resaltan sobre la blancura del fondo. Es importante recalcar que estos elementos han de ser exclusivamente de oro.

Encadenado de una cruz interior

 La ornamentación de la cruz-cruz se completa con el llamado INRI, en la parte superior, y las bandas, que, partiendo del tronco central, cuelgan por ambos lados en forma de M. El Inri y las bandas suelen ir bordadas (con hilo de oro muchas veces) a juego y reproducen motivos litúrgicos (espigas, un cordero, la hostia, el cáliz, etc.). El último elemento lo constituye el cerco, que, partiendo del extremo de ambos brazos, rodea la cruz por encima, a modo de aureola. Suele estar hecho de flores de tela, a veces del mismo tipo de las que constituyen la base de la ornamentación general de la habitación.

 La cruz se coloca en el centro de la habitación sobre soportes diversos, constituyendo éste uno de los elementos que confiere originalidad a la disposición del conjunto. Antiguamente, cuando la decoración se basaba en plantas y santos de bulto, la cruz solía colocarse sobre un altar, que podía ser una simple mesa o estar más elaborado. Ahora, cuando el entorno ha evolucionado tanto, es casi siempre imposible averiguar cómo está sujeta la cruz. Los velos y adornos lo ocultan todo y tan sólo es posible observar que la cruz se eleva majestuosa, a veces casi mágicamente, en mitad de la habitación. Oculta entre los adornos de la habitación se coloca una fuerte iluminación, que hace resaltar aún más profundamente la blancura del conjunto.

 Una vez que toda la decoración está definitivamente concluida, cuando la Cruz está totalmente vestida, se coloca un banco de madera antiguo en la puerta de la habitación, por fuera, que sirve de barrera para que desde él los visitantes admiren este arte tan majestuoso que será, sin embargo, tan efímero.

 Pues, en efecto, aunque en los últimos años comienza a observarse la tendencia de alargar la fiesta a todo el domingo, e incluso algunos días más, la tradición manda que la celebración de la Cruz se reduzca a la noche de la velá , una noche, eso sí, vivida intensamente. Al anochecer del sábado (el sábado anterior al primer domingo de mayo) se abren las cruces al público. Las mujeres de la calle especialmente, pero ahora también algunos hombres, se sientan alrededor de una mesa camilla (la aquí llamada mesa-tufa) en el pasillo central de la casa (o bien, si hay cocina con chimenea, alrededor del fuego) y aguardan a los visitantes. Entretienen la espera jugando a las cartas o tomando las primeras copitas.

La noche de "la velá" en una cruz interior.

 La gran afluencia de público llegará ya avanzada la noche. Las pandillas de amigos, jóvenes y viejos, familias enteras, recorren el pueblo visitando todas las cruces que se han vestido este año, unas quince, por lo general. Comparan unas con otras y recuerdan las de años anteriores, a la vez que hacen sus cábalas sobre cuál obtendrá el premio instituido por el Ayuntamiento local. Algunos grupos se animan a cantarle a la Cruz las coplas tradicionales, y enseguida contarán con el acompañamiento de todos los presentes:
 
 El día de la Ascensión
 cuando Cristo subió al cielo
 estaba la manzanilla
 florida como el romero.

 Mayo, mayo, mayo,
 bienvenido seas,
 para trigos y cebadas,
 caminitos y veredas,
 mayo, mayo, mayo,
 bienvenido seas.

 Las guardianas se sentirán más orgullosas de su arte cuanto más se le cante a su Cruz y es posible que entonces inviten a una ronda de roscos o bizcochadas y, con un poco de suerte, de típicos borrachuelos. A poco más, alguna se lanzará a bailar las inevitables jotas noriegas, con gran celebración por parte de los concurrentes:

 Es la Virgen de la Peña,
 cantando, navegando, navegué,
 la que más altares tiene, y olé,
 que en la Añora no hay ninguna,
 cantando, navegando, navegué,
 que en su pecho no la lleve, y olé.

 Si se va la niña a la sala
 dile que se siente,
 dale un besito en la cara,
 que se lo merece,
 que se lo merece, la niña,
 que se lo merece,
 si se va la niña a la sala,
 dile que se siente.

 Es obligatorio, antes de marcharse de una cruz, felicitar a las hábiles creadoras con frases que tienen todo el encanto de lo rutinario: "Que la disfruten con salud", "Está (la Cruz) muy fina y muy bonita", "Que la vistan muchos años más" o el consabido "Hasta el año que viene, si Dios quiere". Ellas se quitarán importancia modestamente y enseguida se lamentarán de que ya son viejas y del escaso entusiasmo que parece tener la juventud en continuar la tradición.

 Mientras, la fiesta sigue en la calle. Hay un gran bullicio entre los que van y vienen y se oyen cantos por todas partes. Cerca de la puerta de la casa donde se viste cada Cruz se enciende una hoguera formada por grandes leños, que arderá toda la noche. Este fuego sirve de alivio a los transeúntes, que suelen agradecerlo en medio del frío nocturno. La hoguera es fundamental, sobre todo, en las cruces exteriores.

 Hay en Añora en la actualidad siete cruces monumentales de granito, ubicadas en distintos puntos de la población. También éstas se visten para la fiesta, de una forma que cada vez se parece más a las de interior. Antiguamente, hasta hace pocos años, su decoración era más pobre y se basaba fundamentalmente en macetas de flores y plantas diversas, mientras que la cruz-cruz se adornaba con grandes rosarios artísticamente engarzados. En la actualidad, sin embargo, se elaboran también adornos expresamente para estas cruces, las cuales, dada su monumentalidad, suelen presentar un aspecto deslumbrante. En los últimos años han recobrado el protagonismo que habían perdido en favor de las cruces de interior.

Cruz de piedra de la Plaza de San Pedro.

 Cuando avanza la noche, ya en las primeras horas de la madrugada, los visitantes son cada vez más esporádicos. Es ahora el momento de que los vecinos de cada Cruz formen su fiesta particular. Unos cantan y otros bailan. Las jotas siempre están presentes, pero se repasa todo el repertorio de música popular local. Los que llegan de visita de vez en cuando son bien recibidos y no tardan en unirse a la fiesta. Ahora se cuentan chistes y chascarrillos y se recuperan viejos juegos infantiles casi olvidados. Corre el vino y el aguardiente. Hay que aguantar toda la noche en vela, pero no es difícil. Al final, el chocolate a la taza templará los ánimos.

 De la Añorita las quiero,
 de la Añorita las amo,
 porque las de la Añorita
 llevan la miel en los labios.

 Cuando es de día, todos se marchan a dormir y un manto de silencio parece caer sobre el pueblo. La noche de la velá ha terminado, pero su recuerdo tardará muchos días en borrarse. Han ocurrido, seguramente, muchas cosas en las calles de Añora con el amparo de la oscuridad nocturna y la complicidad de la luna.  

 

3. Elementos y significado de la celebración.  
 

3.1. La Cruz y el componente religioso.- Es difícil establecer cuál es el origen del culto a la Cruz en Añora, culto, por otra parte, muy extendido en toda la comarca. Es sabido que el cristianismo arraigó desde muy temprano en Los Pedroches, como lo demuestra el hecho de que un presbítero llamado Eumancio y procedente de Solia (localidad romana de esta comarca) participó en el Primer Concilio Nacional Español celebrado en Ilíberis (Granada) hacia el año 300; por otra parte, el testimonio más antiguo de la religiosidad cordobesa referido a la Virgen lo encontramos en Los Pedroches, cuando en 1189 se cita el primer topónimo mariano cordobés: el villar de Santa María (El Guijo).

 No se conocen datos, sin embargo, sobre la antigüedad del culto a la Cruz en la comarca, del que sólo pueden aportarse referencias aisladas, si no anecdóticas. En El Guijo, por ejemplo, se venera a la Virgen de las Tres Cruces, advocación compartida por Torrecampo y Santa Eufemia por haber librado a estas villas de la peste de 1649. En Dos Torres, por su parte, se conservaba una cruz guarnecida de reliquias en la ermita de Nuestra Señora de Loreto. Esta cruz era un obsequio del Papa Gregorio XIII (1572-1585) al Dr. N. Cornejo, médico natural de esta villa, en agradecimiento por haberle curado de una peligrosa enfermedad, y pudo haber contenido un lignum crucis. De confirmarse este extremo podríamos considerarlo como un elemento fundamental en el desarrollo del culto a la Cruz en Los Pedroches.

 Manuel Moreno Valero relaciona el culto a la Cruz en Los Pedroches con la presencia notable en estos pueblos de los franciscanos hasta mediados del siglo XIX, a través de los conventos de Pedroche, Hinojosa del Duque, El Viso y Belalcázar. El culto habría venido a través de ellos dada la vinculación tradicional de su orden con los Santos Lugares.

 De Añora no poseemos datos documentales que nos aporten alguna luz sobre la antigüedad de este culto. El Libro Interrogatorio del Catastro de Ensenada (1753), al relacionar los gastos que debe satisfacer el municipio, sólo cita, entre las fiestas, la de San Martín, patrón del pueblo, y la de la Purificación de Nuestra Señora. Pero este silencio documental no tiene que indicar necesariamente que la fiesta de la Cruz no se celebraba entonces en Añora, sino que probablemente su carácter era exclusivamente popular. De hecho el culto litúrgico a la Cruz está documentado para Añora desde mediados del siglo XVI, época en que se fundó en la localidad la Cofradía de la Vera Cruz. Se trata de la hermandad penitencial más antigua de la diócesis de Córdoba, que nació en la capital en 1538 y enseguida se extendió a las restantes localidades, incluso a núcleos de poca entidad demográfica como Añora, que por entonces contaba con unos 500 habitantes. La Vera Cruz es una cofradía de las llamadas de sangre, porque sus miembros se azotan durante la estación de penitencia del Jueves Santo, en la que se procesionaba al Cristo Crucificado. Sus principales actos de culto giraban precisamente en torno a las celebraciones de la Invención y Exaltación de la Santa Cruz. Esta hermandad, aunque a finales del siglo XVIII perdió su primitivo carácter al prohibir Carlos III la presencia de disciplinantes en las procesiones de Semana Santa, debió ser muy importante en Añora y pudo ejercer una gran influencia en las creencias de sus habitantes, pues a mediados de ese siglo aparece relacionada en el Catastro de Ensenada como una de las que más bienes posee y más rentas percibe, y todavía en 1843 figura en una relación de cofradías locales poseedoras de bienes arrendatarios, ahora con el nombre de Cofradía del Santo Cristo de la Columna y Vera Cruz.

Cruz de la Calle Amargura

 Parece que, en un principio, la costumbre de vestir cruces era una muestra de agradecimiento religioso, a modo de exvoto, por determinados favores divinos o en previsión de males venideros, resto de lo cual serían las hoy casi inexistentes cruces por promesa. En estos casos, el que había hecho la promesa tenía que vestir la Cruz sin la ayuda de otras personas ajenas al núcleo familiar, aunque después era festejada, en la noche de la velá, por toda la calle.

 En cualquier caso, es realmente sorprendente que una fiesta que tiene como elemento central al símbolo principal del cristianismo carezca casi totalmente de acompañamiento religioso. No se recuerda con precisión que este día haya sido en Añora alguna vez fiesta con celebración litúrgica. Algunos hablan de una gran cruz de madera que antiguamente se sacaba en procesión, pero que hoy ha desaparecido. También antiguamente, cuando la Cruz se vestía de forma más sencilla, la celebración duraba sólo hasta la medianoche y las mujeres pasaban ese tiempo rezando las llamadas Mil Avemarías. En ningún caso ha sido posible precisar este antiguamente, aunque probablemente hay que considerarlo sinónimo de antes de la guerra (la guerra civil de 1936-39, que marca en ésta y en otras muchas actividades locales un antes y un después).

 En Villanueva de Córdoba, donde la fiesta de la Cruz se celebra en la actualidad de forma más modesta, se mantenían las cruces vestidas hasta el día de la Ascensión y durante ese tiempo se rezaba el rosario todas las noches con el acompañamiento de los familiares, amigos y vecinos de la casa donde se encontrara.

 La no correspondencia entre la celebración popular de la fiesta y el carácter religioso que supuestamente debía primar era ya puesta de manifiesto por las autoridades eclesiásticas cordobesas en 1764, en una documentación en la que se prohíbe que tales celebraciones sigan practicándose en Hinojosa del Duque. Allí puede leerse que en esta localidad "en muchas casas exponen al público la Santa Cruz compuesta de diferentes adornos profanos. Con este motivo se conmueve todo o lo más de su vecindario caminando sin la más leve devoción acelerada y descompuestamente asta deshoras de la noche en quadrillas de hombres y mujeres al registro de qual está más bien adornada para su censura, de lo que sin dificultad alguna se siguen grabes inconvenientes en detrimento de sus almas". Esta prohibición no es sino una más dentro de la actitud general de los obispos cordobeses del siglo XVIII de rechazo hacia ciertas formas de religiosidad popular muy arraigadas entre la población, que hay que inscribir, a su vez, en la actitud general del racionalismo ilustrado de la época contrario a toda manifestación popular basada en creencias irracionales y supersticiosas.

 Lo cierto es que, aunque en algún momento de su historia la fiesta de la Cruz tuviera en Añora un tono más o menos religioso, en la actualidad éste ha desaparecido por completo. De no existir la cruz como elemento constituyente de la celebración, nada indicaría que se trata de una fiesta que responde a un hecho litúrgico. La evolución espontánea de la fiesta nos lleva, una vez más, a sus orígenes: la cruz-cruz es otra vez el mayo y toda la celebración una exaltación de la naturaleza que sigue presente en la más genuina de sus cancioncillas: "Mayo, mayo, mayo/ bienvenido seas...". Esa identificación entre el símbolo cristiano y el pagano aparece justamente representada en ciertas letrillas que aluden ambiguamente al objeto de veneración y en las que se documenta una transición de cultos todavía no bien definida:

 Salve dulces clavos,
 salve dulce leño,
 ángeles y hombres
 todos te adoremos,
 con mucha alegría
 mozuelas y mozuelos.


 
3.2. De la siembra a la siega.- Podemos considerar también a la celebración de la Cruz como una concreción festiva de la consideración popular de Mayo como el mes del máximo esplendor de la vegetación, idea cultural que cuenta con una antiquísima tradición en la literatura española (desde el "Ben vennas, Mayo, coberto de fruitas" de Alfonso X o el "El mes era de mayo, un tiempo glorioso,/ quando fazen las aves un solaz deleytoso,/ son cubiertos los prados de vestido fermoso" del Libro de Alexandre). Aunque la evolución reciente de la ornamentación intente ocultarlo, los elementos decorativos de las cruces hasta hace pocos años eran casi en exclusiva naturales: plantas, flores, ramos o espigas, e incluso nidos o animales disecados. Asimismo, las imprescindibles hierbas olorosas convertían a las cruces en una exuberante recreación campestre. Se trataría, por tanto, de una exaltación de la naturaleza cuando ésta se encuentra en su mejor momento, "cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor", como reza el romance tradicional.

 A la Cruz, como símbolo religioso, se acude también con ocasión de aquellos sucesos que afectan al desarrollo normal del ciclo agrícola, como sequías, excesos de lluvia, plagas, etc., así como, sencillamente, para rogar por una buena cosecha. El folklore, una vez más, nos ofrece testimonio de cuanto decimos a través de las siguientes coplillas dedicadas a la Cruz en Añora:

 A esta santísima Cruz
 le venimos a cantar
 que no se coman las ratas
 las pipas del melonar.

 A esta santísima Cruz
 le venimos a cantar
 que no se coman los grillos
 los trigos ni las "cebás".

 A esta santísima Cruz
 le venimos a cantar
 que nos dé un montón de trigo
 y otro tanto de "cebá".
 

 Pues, en efecto, en una sociedad económicamente volcada hacia la actividad agrícola, el campo y los cultivos no pueden sentirse ajenos a ninguna de las manifestaciones vitales de sus miembros, hasta el punto de que las fiestas agrarias van apuntalando a lo largo de todo año el interminable ciclo de las diferentes cosechas. Componentes agrarios destacados se distinguen en muchas fiestas comarcales, como la de San Antón (patrón de los animales), la de San Isidro (patrón de los labradores), la de la Candelaria (concretados en el fuego, según se verá) o en las ahora llamadas fiestas patronales del verano, derivaciones de los antiguos mercados de ganado que en realidad marcan el fin de la recolección de las cosechas de cereales.

 3.3. La fiesta de las mujeres.- Por alguna razón que ignoramos, todo lo referido a la preparación y realización de la fiesta de la Cruz en Añora, en todos sus aspectos, ha quedado exclusivamente en manos de las mujeres. Ellas deciden los ornamentos, los confeccionan, determinan el lugar para instalarla, son las responsables absolutas de todo lo relacionado con la Cruz y se convierten en protagonistas de la noche de la velá. Cuando en los últimos años el jurado del concurso de Cruces ha estado compuesto por representantes de cada una de ellas, nadie se ha sorprendido de que ningún hombre participara en el fallo.

Un grupo de mujeres observa una cruz de piedra, en una fotografía antigua de Ismael.

 No queremos ver en esta circunstancia nada que las vincule, ni siquiera en la intención general, con otras fiestas españolas (como las de Santa Águeda) relacionadas de alguna forma con las matronalia romanas. En el protagonismo de las mujeres en la fiesta de la Cruz de Añora no hay ningún componente reivindicativo y la exclusión masculina es, más bien, voluntaria, por la inercia de la tradición más que por imposición. Bien cierto es, no obstante, que durante el tiempo que dura la preparación de la Cruz existe lo que podríamos llamar relajación de las costumbres hogareñas, al dedicar la mujer la mayor parte de su tiempo a los menesteres cruceros en detrimento de su dedicación a la familia, que tiene que asumir en ocasiones tareas tradicionalmente atribuidas en exclusiva a la mujer. Pero la participación privilegiada de la mujer en la preparación de la fiesta de la Cruz no debe ser considerado quizás más que como un reflejo del papel protagonista que, salvo contadas excepciones, la mujer suele tener en los pueblos en todas las manifestaciones religiosas litúrgicas, así como del carácter femenino que siempre impregna los aspectos estéticos y más puramente ornamentales de las fiestas.

 Hay que hacer notar, sin embargo, que este predominio de la mujer en la fiesta no se traduce luego en un ritual de integración femenina, sino que la identificación plena de las mujeres de cada calle o barrio con su propia Cruz hace que el icono referencial se convierta en símbolo de rivalidad y confrontación, siempre grupal y muchas veces incluso personal, de las mujeres entre sí. Pero quizás lo más interesante de este protagonismo femenino en la fiesta sea el hecho de que esta circunstancia la hace oponerse claramente a la fiesta de los quintos, según veremos más adelante. Ambas han podido tener un origen común (los mayos), a partir del cual se ha planteado una radical separación sexual, que se manifiesta muy especialmente en el componente amoroso de cada una de estas fiestas.
 

3.4. Los amorosos cortejos.- Entre las significaciones del árbol-mayo destaca su empleo con un sentido amoroso: el árbol solía ser colocado en la puerta de la amada por el mozo que la cortejaba. Si consideramos que algunos elementos de esta celebración han pasado a nuestra fiesta de la Cruz, no podemos obviar el aspecto amoroso que necesariamente contiene ésta.

 De hecho, la noche de la velá constituía antiguamente un tiempo de cortejo. La fiesta y el alcohol en la noche propician la desinhibición y facilitan la manifestación de los sentimientos amorosos. Abundantes noviazgos se daban a conocer esta noche y las más viejas del lugar se inventaban muchos otros cuando un joven sacaba a bailar dos veces a la misma moza. La implicación amorosa de la fiesta fue quedando oculta en la medida en que fueron desarrollándose las apariencias religiosas, pero no escapó del folklore musical. Algunas de las coplas de la Cruz más interesantes, y acaso más antiguas, hacen referencia a lo amoroso, aunque, y esto es lo sorprendente, siempre en boca de mujer:

 Oh Cruz santa, dame un novio
 para alivio de mis penas,
 lo mismo da boticario,
 médico que maestro-escuela,
 que tenga mucho dinero
 y que me quiera la suegra.